A LA LUZ DE UNA BENGALA
A LA LUZ DE UNA BENGALA
Ayer cuando la noche avanzaba inexorable: te releía… leyendo a mí; y a la luz desvaída de tus letras sopesé: que pesaban más tus silencios que tus palabras, cuando con angustia me preguntaste preguntándote a ti: ¿Cuántas veces la soledad, querida amiga, camarada; nos engancha desprevenidos? Náufragos en una telaraña de cavilaciones y recuerdos inconexos. Entonces sin querer: volvemos a transitar los áridos, los desparejos caminos, voluntariamente clausurados en otras etapas de reconquistada plenitud.
Y aquí me tienes: oteando el horizonte desde el suelo; aquí me tienes: susurrándote por no poder gritar. Y aquí me tienes jinete de a pié en la espesura del monte; aquí me tienes sin saber como empezar.
Sé que son engañosos los cantos de los teros, y sé que la espesura que me ahoga hoy: no es tal.
Sé que puedo más: que éste absurdo miedo, a mi abandono; sé que desde el suelo me debo levantar.
¿Y qué me falta entonces?; sino vencer la angustia. / ¿Y qué me falta entonces?; sino recuperar la paz
¿Por qué no me levanto desde el fondo de la entrega?; si me pesa esta congoja que no puedo remediar… (*)
Entonces comprendí (con la premura del alumbramiento), que las sentencias de aquel enorme poeta: nos abarcaban plenamente diciéndonos que… No es necesario que sea hombre; basta que sea humano, basta que tenga sentimientos, basta que tenga corazón. Se necesita (al menos un amigo) que sepa hablar y callar, sobre todo que sepa escuchar... Tiene que gustar de la poesía, de la madrugada, de los pájaros, del sol, de la luna, del canto, de los vientos y de las canciones de la brisa. Debe tener amor, un gran amor por alguien, o sentir entonces la falta de no tener ese amor... Debe amar al prójimo y respetar el dolor que los peregrinos llevan consigo... Debe guardar el secreto sin sacrificio... No es necesario que sea de primera mano, ni es imprescindible que sea de segunda mano. Puede haber sido engañado, pues todos los amigos son engañados. No es necesario que sea puro, ni que sea totalmente impuro, pero no debe ser vulgar; debe tener un ideal y miedo a perderlo y en caso de no ser así, debe sentir el gran vacío que esto deja. Tiene que tener resonancias humanas, su principal objetivo debe ser el del amigo. Debe sentir pena por las personas tristes y comprender el inmenso vacío de los solitarios.
Debe gustar de los niños y sentir lastima por los que no pudieron nacer. Se busca un amigo para gustar de los mismos gustos, que se conmueva cuando es tratado como amigo, que sepa conversar de cosas simples, de lloviznas y de grandes lluvias, y de los recuerdos de la infancia. Se precisa un amigo para no enloquecer, para contar lo que se vio de bello y de triste durante el día, de los anhelos y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad. Debe gustar de las calles desiertas, de los charcos de agua y los caminos mojados. Del borde de la calle, del bosque después de la lluvia, de acostarse en el pasto. Se precisa un amigo que diga que vale la pena vivir, no porque la vida es bella sino porque se tiene un amigo... Se necesita un amigo para dejar de llorar... para no vivir de cara al pasado, en busca de memorias perdidas... Que no nos palmee los hombros, sonriendo o llorando, pero que nos llame amigo, para tener la conciencia de que aun se vive. (**)
Juan José de la Fuente
Ayer cuando la noche avanzaba inexorable: te releía… leyendo a mí; y a la luz desvaída de tus letras sopesé: que pesaban más tus silencios que tus palabras, cuando con angustia me preguntaste preguntándote a ti: ¿Cuántas veces la soledad, querida amiga, camarada; nos engancha desprevenidos? Náufragos en una telaraña de cavilaciones y recuerdos inconexos. Entonces sin querer: volvemos a transitar los áridos, los desparejos caminos, voluntariamente clausurados en otras etapas de reconquistada plenitud.
Y aquí me tienes: oteando el horizonte desde el suelo; aquí me tienes: susurrándote por no poder gritar. Y aquí me tienes jinete de a pié en la espesura del monte; aquí me tienes sin saber como empezar.
Sé que son engañosos los cantos de los teros, y sé que la espesura que me ahoga hoy: no es tal.
Sé que puedo más: que éste absurdo miedo, a mi abandono; sé que desde el suelo me debo levantar.
¿Y qué me falta entonces?; sino vencer la angustia. / ¿Y qué me falta entonces?; sino recuperar la paz
¿Por qué no me levanto desde el fondo de la entrega?; si me pesa esta congoja que no puedo remediar… (*)
Entonces comprendí (con la premura del alumbramiento), que las sentencias de aquel enorme poeta: nos abarcaban plenamente diciéndonos que… No es necesario que sea hombre; basta que sea humano, basta que tenga sentimientos, basta que tenga corazón. Se necesita (al menos un amigo) que sepa hablar y callar, sobre todo que sepa escuchar... Tiene que gustar de la poesía, de la madrugada, de los pájaros, del sol, de la luna, del canto, de los vientos y de las canciones de la brisa. Debe tener amor, un gran amor por alguien, o sentir entonces la falta de no tener ese amor... Debe amar al prójimo y respetar el dolor que los peregrinos llevan consigo... Debe guardar el secreto sin sacrificio... No es necesario que sea de primera mano, ni es imprescindible que sea de segunda mano. Puede haber sido engañado, pues todos los amigos son engañados. No es necesario que sea puro, ni que sea totalmente impuro, pero no debe ser vulgar; debe tener un ideal y miedo a perderlo y en caso de no ser así, debe sentir el gran vacío que esto deja. Tiene que tener resonancias humanas, su principal objetivo debe ser el del amigo. Debe sentir pena por las personas tristes y comprender el inmenso vacío de los solitarios.
Debe gustar de los niños y sentir lastima por los que no pudieron nacer. Se busca un amigo para gustar de los mismos gustos, que se conmueva cuando es tratado como amigo, que sepa conversar de cosas simples, de lloviznas y de grandes lluvias, y de los recuerdos de la infancia. Se precisa un amigo para no enloquecer, para contar lo que se vio de bello y de triste durante el día, de los anhelos y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad. Debe gustar de las calles desiertas, de los charcos de agua y los caminos mojados. Del borde de la calle, del bosque después de la lluvia, de acostarse en el pasto. Se precisa un amigo que diga que vale la pena vivir, no porque la vida es bella sino porque se tiene un amigo... Se necesita un amigo para dejar de llorar... para no vivir de cara al pasado, en busca de memorias perdidas... Que no nos palmee los hombros, sonriendo o llorando, pero que nos llame amigo, para tener la conciencia de que aun se vive. (**)
Juan José de la Fuente
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