EL SILENCIO ES SALUD (I)

EL SILENCIO ES SALUD (I)

Son las dieciocho treinta de un sábado cualquiera y... ¡Comenzó el infierno! Primero, como "abriendo el surco" un vehículo con bocinas atronando con publicidad; siempre hay algo (absolutamente innecesario) que anunciar... ¡Qué modernidad! ¡Sí! Tipo siglo XIX... Y mientras el tránsito se congestiona por taponarse las rotondas, especialmente la Padre Stabile; en la Ballester se escucharán bocinazos, algún choque, pues nadie quiere ceder el paso (tenga derecho o no) y la mayoría de los automovilistas están apurados ¡para nada!; especialmente las 4x4 nuevas... ¡símbolo de poder! Las motos se meterán por la derecha, zigzaguearán por izquierda y, si les fuera posible: saltarían por encima de los techos de los autos. Los ciclistas quienes, en su mayoría desconocen supinamente las reglas de circulación: tratarán de colarse entre los autos, sin poder ser vistos pues, ellos tampoco pueden detenerse... ¡qué joder! Y sin en medio de esa locura algún vecino que vive sobre la avenida trata de salir o entrar a su cochera no podrá hacerlo “sine die”. Pues, si en algún momento se corta la marea en algún sentido y tímidamente asoma la cola de su vehículo, rezando para que algún peatón no se cruce, ya que no puede verlo, seguramente pasará: no uno, sino varios y siempre distraídos... con la misma desaprensión con que cruzan las calles, hablando entre ellos o por celular. Difícilmente lo hagan por las esquinas, además. Cuando el sufrido vecino esté ya sobre la cinta asfáltica tratando de acomodarse y deseando tener ojos en la nuca: vendrá seguramente un vehículo sobre esa mano en el mismo sentido y con exceso de velocidad, el cual lo esquivará acelerando hacia la mano contraria, luego de insultarlo prolijamente a bocinazos, ¿para qué moderar la velocidad? Si cada uno se siente con derecho y el otro... ¡que me importa el otro!
Se hizo un breve silencio... Hasta qué comienza la otra competición: la de los muchachitos (y no tanto) atronando con sus motos, cuando no, además, con parlantes que te golpean el cerebro con esa música de tres compases, dechado de composición que nunca vencerá al tiempo... Lógicamente irán sin casco pues, no podrían escuchar la música que los vecinos están obligados a soportar... pues, los primeros: tienen derecho. ¿Y el vecino? ¡Loco la calle es pública!
Los autos, ahora en menor caudal seguirán atronando con sus malos escapes, peores carburaciones que generan estadillos y los más jóvenes a los gritos. Tal vez usted señora escuche alaridos como de dolor y salga a la puerta con el corazón en la boca... ¡No se angustie! Resultará una de las tantas adolescentes que van en grupo y grita jugando con sus acompañantes, como si la estuvieran degollando; ah... no se queje, la niña tiene derecho.
Y según se haga de noche los ruidos irán aumentando y diversificándose hasta eso de la veintitrés en que habrá una tregua. A eso de las dos y media o tres de la mañana del domingo empezará la inexcusable procesión a los boliches, con algunos feligreses pre- entonados”, con su secuela de gritos, silbidos, puertas de gas pateadas, algunos cascotazos sobre los techos, o tocadas de timbres en las casas del “vía divertido”; pues, el “vía crucis” lo vivirán los vecinos hasta que los jóvenes decidan irse a dormir. De aquí a las siete u ocho de la mañana, cuando baje temporalmente la circulación vehicular usted, desde su cama y a cualquier distancia será golpeado por la música de marcha, la cumbia villera, la salsa y otros inspirados géneros. Ah, no se queje los dueños de los boliches tienen derecho ya que, los jóvenes son cautivos glamorosos de ésta imposición para “poder existir”.
Importante: si usted tiene que circular de noche por nuestras avenidas, cualquier día de la semana ¡ojo! Puede llevarse por delante a jovencitos en patinetas que se cruzan de una vereda a otra, carentes de cualquier adminículo que los haga visibles.
Si hasta ahora se libró de las sirenas… ¡alégrese! No mucho. A partir de las siete y coincidente con la salida de los boliches comenzará un insoportable y sostenido abuso de sirenas de los móviles policiales con el correlato de perros aullando (pobrecitos), y ¡Dios no lo permita!: de ambulancias; como colofón de tiroteos que son frecuentes, o de accidentes de tránsito por excesos de velocidad cuando no, de picadas.
La cortamos aquí, para no extendernos demasiado. En la segunda parte de ésta nota, le propondré algunas soluciones de fácil ejecución por las autoridades; siempre y cuando sobrevivamos el fin de semana sin descansar ¡por su puesto! ¡Que triste que unos pocos se arroguen todos los derechos, sin ningún respeto por la convivencia en comunidad!
Continuará…


Juan José de la Fuente

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