Soledad
SOLEDADES
En más de una oportunidad desde mis espacios radiales abordamos el tema de la soledad. Y creo oportuno sumar a mi visión personal, algunos párrafos extractados (hace ya una década), de una nota de Julián Marías cuyo mensaje, lamentablemente en este caso: es universal y, quiera Dios no sea atemporal, aunque las actuales pautas sociales no avizoran vientos de cambio. Dice el filósofo: Hasta hace un par de decenios, pocas personas vivían solas en España y los países iberoamericanos, a diferencia de lo que sucedía en sociedades de otras etnias. Familias bastante numerosas y estables, vínculos sólidos, aunque no siempre apacibles, hacían infrecuente la total soledad. Esta situación ha ido cambiando, ya no es así. He conocido a tres personas, en modo alguno «marginales», que han muerto solas y han sido encontradas, horas o días después, por parientes o amigos. / Todavía los españoles hablan. Salen a la calle, no se confinan en sus casas, ni siquiera cuando la vejez o algunos achaques los empujan a ello. Pero en todo caso son muchos los que tienen cada día largas horas de soledad y silencio. Para muchos, la única compañía real es la televisión, y no se sabe si es un alivio o hay que compadecerlos. / Pero hay otras formas de soledad. Hace poco, esa televisión dedicó un programa a los huérfanos. Los ejemplos elegidos eran discutibles, y también los comentarios; pero me llamó la atención la afirmación de que ahora había menos huérfanos que en el pasado. Creo que es altísimo el número de niños huérfanos de padres vivientes. Los matrimonios –o sus sucedáneos se rompen con inquietante frecuencia; se hacen otros, que pueden romperse y reanudarse con otras personas. Los hijos, sobre todo en su niñez, son realmente huérfanos, aunque tengan una multitud de «padres» o «madres» existentes y con los cuales tengan alguna relación. Empiezan a ser frecuentes «familias» con una madre y varios hijos de padres inciertos y ausentes. ¿No es eso una forma de orfandad? / Y si pensamos en los que no viven solos, en los que no carecen de compañía –que son todavía, por fortuna, los más; no creo que estén libres de padecer formas sutiles pero indudables de soledad. Convendría hacer el balance de las personas con quienes no se habla desde el fondo personal, o de ciertos asuntos. / Las diferencias de edad son importantes. Son muchos los que no pueden –o no quieren comunicarse con personas de edades distantes; la lengua acusa diferencias sensibles, temen «no entenderse» –o, lo que es peor, ser mal entendidos; tropiezan, y esto es aún más probable, con la indiferencia, con la falta de interés, lo cual desanima a mantener una comunicación que sería posible, si se intentara, pero que no se intenta. / Hay otras dificultades. Son muchos los que están encasillados en ideas fijadas de antemano, incapaces de ponerse, en otros puntos de vista. Hay cuestiones de las que se prefiere no hablar, por temor a romper relaciones que por lo demás son preciosas. Esto produce cierto malestar. Pues, cuando entre personas amigas se «evitan» muchos asuntos, aparece una fragilidad, que deja amplias zonas de soledad en las almas. / Son muchas las personas que viven pendientes de quehaceres múltiples, obsesionadas en cuestiones casi siempre utilitarias, sin espacios para entrar en sí mismas, para estar en su propia compañía. «Converso con el hombre que siempre va conmigo», escribió Antonio Machado. Esas personas hacen que el trato con ellas, no rompa la soledad, porque no se las encuentra, y es que segregan su propia soledad, pues carecen del ámbito en que la verdadera convivencia es posible. Reduciendo casi a “la nada” lo que merece llamarse intimidad. Habría que preguntarse por qué se cambian las posibilidades de escapar a la soledad, de poder hablar desde la raíz, sin reticencias ni disimulos, con alguien. Y creo que esto, sin más, es lo más valioso de la vida. / Esta soledad íntima y difusa que afecta a tantos, ¿no será la causa principal de ese aterrador descenso de calidad, de esa decadencia universal que se anuncia y nos amenaza? / Para mí no hay duda. Esa posibilidad humana, tan rara, tan difícil de mantener, que requiere tanta atención y esfuerzo, es lo que más importa salvar, lo que nos puede permitir hacer algo que valga la pena, vivir con alguna ilusión, conseguir algunos islotes de felicidad en un océano que con frecuencia es hostil, que de otro modo se cierra fatalmente sobre nosotros y elimina la capacidad de proyectar: la esperanza.
En más de una oportunidad desde mis espacios radiales abordamos el tema de la soledad. Y creo oportuno sumar a mi visión personal, algunos párrafos extractados (hace ya una década), de una nota de Julián Marías cuyo mensaje, lamentablemente en este caso: es universal y, quiera Dios no sea atemporal, aunque las actuales pautas sociales no avizoran vientos de cambio. Dice el filósofo: Hasta hace un par de decenios, pocas personas vivían solas en España y los países iberoamericanos, a diferencia de lo que sucedía en sociedades de otras etnias. Familias bastante numerosas y estables, vínculos sólidos, aunque no siempre apacibles, hacían infrecuente la total soledad. Esta situación ha ido cambiando, ya no es así. He conocido a tres personas, en modo alguno «marginales», que han muerto solas y han sido encontradas, horas o días después, por parientes o amigos. / Todavía los españoles hablan. Salen a la calle, no se confinan en sus casas, ni siquiera cuando la vejez o algunos achaques los empujan a ello. Pero en todo caso son muchos los que tienen cada día largas horas de soledad y silencio. Para muchos, la única compañía real es la televisión, y no se sabe si es un alivio o hay que compadecerlos. / Pero hay otras formas de soledad. Hace poco, esa televisión dedicó un programa a los huérfanos. Los ejemplos elegidos eran discutibles, y también los comentarios; pero me llamó la atención la afirmación de que ahora había menos huérfanos que en el pasado. Creo que es altísimo el número de niños huérfanos de padres vivientes. Los matrimonios –o sus sucedáneos se rompen con inquietante frecuencia; se hacen otros, que pueden romperse y reanudarse con otras personas. Los hijos, sobre todo en su niñez, son realmente huérfanos, aunque tengan una multitud de «padres» o «madres» existentes y con los cuales tengan alguna relación. Empiezan a ser frecuentes «familias» con una madre y varios hijos de padres inciertos y ausentes. ¿No es eso una forma de orfandad? / Y si pensamos en los que no viven solos, en los que no carecen de compañía –que son todavía, por fortuna, los más; no creo que estén libres de padecer formas sutiles pero indudables de soledad. Convendría hacer el balance de las personas con quienes no se habla desde el fondo personal, o de ciertos asuntos. / Las diferencias de edad son importantes. Son muchos los que no pueden –o no quieren comunicarse con personas de edades distantes; la lengua acusa diferencias sensibles, temen «no entenderse» –o, lo que es peor, ser mal entendidos; tropiezan, y esto es aún más probable, con la indiferencia, con la falta de interés, lo cual desanima a mantener una comunicación que sería posible, si se intentara, pero que no se intenta. / Hay otras dificultades. Son muchos los que están encasillados en ideas fijadas de antemano, incapaces de ponerse, en otros puntos de vista. Hay cuestiones de las que se prefiere no hablar, por temor a romper relaciones que por lo demás son preciosas. Esto produce cierto malestar. Pues, cuando entre personas amigas se «evitan» muchos asuntos, aparece una fragilidad, que deja amplias zonas de soledad en las almas. / Son muchas las personas que viven pendientes de quehaceres múltiples, obsesionadas en cuestiones casi siempre utilitarias, sin espacios para entrar en sí mismas, para estar en su propia compañía. «Converso con el hombre que siempre va conmigo», escribió Antonio Machado. Esas personas hacen que el trato con ellas, no rompa la soledad, porque no se las encuentra, y es que segregan su propia soledad, pues carecen del ámbito en que la verdadera convivencia es posible. Reduciendo casi a “la nada” lo que merece llamarse intimidad. Habría que preguntarse por qué se cambian las posibilidades de escapar a la soledad, de poder hablar desde la raíz, sin reticencias ni disimulos, con alguien. Y creo que esto, sin más, es lo más valioso de la vida. / Esta soledad íntima y difusa que afecta a tantos, ¿no será la causa principal de ese aterrador descenso de calidad, de esa decadencia universal que se anuncia y nos amenaza? / Para mí no hay duda. Esa posibilidad humana, tan rara, tan difícil de mantener, que requiere tanta atención y esfuerzo, es lo que más importa salvar, lo que nos puede permitir hacer algo que valga la pena, vivir con alguna ilusión, conseguir algunos islotes de felicidad en un océano que con frecuencia es hostil, que de otro modo se cierra fatalmente sobre nosotros y elimina la capacidad de proyectar: la esperanza.
Juan José de la Fuente.
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