SALOBRE ETERNIDAD


SALOBRE ETERNIDAD


Hoy los invito a compartir una historia que “me sabe a cuento”. Que pudo haber la sido suya, o quizás aún lo sea en alguna “Salobre eternidad”

-¡Esta vez no podrás acompañarme!- me dijiste una fría madrugada en que luego de cerrar prolijamente la bolsa de lona cruda, te calaste la gorra de paño azul sanforizada en sal, mirando con inquietud, hacia el final de la calle que conducía al puerto…
-¿Por qué papá?- Te contesté con tristeza de hijo abandonado al cual se le retacea la última caricia. –Solamente hasta que embarques- insistí tratando de alargar la despedida…
-Hasta la cabecera del muelle- replicaste quedamente… Como masticando las palabras, como si tu firmeza de padre se hubiese quebrado, dando paso a la ternura del papá que con su mano grandota y áspera envolvía, mi manito tibia que ibas a extrañar…
Me levantaste las solapas del gabán azul que mamá cosiera, rescatando trozos de tus chaquetas viejas y luego de acomodarme el pelo con tus dedos nudosos me dijiste -¡vamos, que ya es tarde y la nave no espera!-
Esa muletilla era parte indivisible de tu ritual, antes de partir. Solamente que, habrían de pasar muchos años hasta que mi impericia recurrente, pudiese comprender el profundo rigor de tus palabras…
Muchos años y muchas millas navegadas. Muchas soledades elegidas y prístinos amaneceres al calor del hogar en tierra firme, cuando la mar me hubiese abandonado quizás, definitivamente…
Entonces… La casa no fue más un cobertizo temporario entre singladuras, trastocándose mágicamente, por el amor elegido: en nave nodriza primero y en muelle de alistamiento después.
Mi vida fue distinta a la tuya papá…
La tuya: la elegiste, al menos en apariencia. La mía: me fue impuesta a partir de otros altísimos designios; la acepté generosamente y la ejercí en plenitud sin perder por ello, el olor a sal…
Hoy el puerto se va quedando solo. Algunas noches creo atisbar las farolas de la bocana, otras, de espaldas a la línea de rompientes: me pierdo en un marasmo de recuerdos y, sobre las tablas flojas del muelle de madera creo sentir aún, el paso firme de tus viejos zapatones…
Cada atardecer: te busco en el “instante propicio” (sin necesidad de complicados cálculos previos), cuando te haces visible sobre el cielo esfumado con el mar. Mimetizado en el lucero de la tarde, me saludas titilando burlona y cariñosamente con un: con sabor a eternidad…
Hasta que sea la hora justa, cuando un ángel vestido de fajina, me entregue la orden de zarpada.
Entonces no habrá ceremonia ni despedidas. Librado ya de mortales ataduras me encaminaré, como tú lo hicieras: Papá; por el viejo muelle, con la satisfacción plena del deber cumplido…
Algún niño me verá esfumarme sobre las olas de la marea alta y anotará con una caracola, sobre la arena mojada, que partí ¡sin novedad!


Juan José de la Fuente

Comentarios

Entradas populares de este blog

Google lanza concurso para rediseñar el buscador

Las modificaciones a la Ley de Radiodifusión: El control será descentralizado