“La tolerancia” - Juan José de la Fuente
VOLVIENDO SOBRE…
“La tolerancia”
Hace cuatro años, en ésta misma propuesta radial les decía que: ¡Quiero la tolerancia! Y en la Argentina de hoy ¡como nunca antes! es imperativo lograrla. Volviendo sobre mis palabras resulta importante destacar que: < una de las características más negativas de nuestra torpe humanidad, en sus relaciones geopolíticas, sociales e ínter- personales es la intolerancia. La cual en mayor o menor medida la ejercemos todos. De joven era muy intolerante, principalmente con mis defectos pero, también con los ajenos. Con el paso de los años y la búsqueda del enriquecimiento interior, logré ser más tolerante si estoy atento pues, señora, señor, a cualquiera de nosotros (en más de una circunstancia) se nos “desboca el flete”; y al recuperar el trote nos damos cuenta que pudimos evitarlo. Por eso, en el afán de construir una sociedad mejor, deber inexcusable de los hombres buenos…> los invito a compartir un cuento con moraleja, que me enviara un afectuoso seguidor de nuestro espacio, y que comienza así:
Cuando era niño, ocasionalmente mi madre como cena nos daba café con leche con muchos agregados. / Recuerdo especialmente una noche: cuando ella nos sirvió café con leche, después de un día de trabajo muy arduo. / Esa noche, mi madre le puso unos platos con huevos revueltos, fiambres y tostadas bastantes quemadas frente a mi padre. / Recuerdo haber esperado un poco, para ver si papá notaba esto último. / Todo lo que mi padre hizo, fue tomar su tostada, sonreír a mi madre y preguntarme como había sido mi día en la escuela. / No recuerdo lo que le respondí, pero sí, haberlo mirando untando la tostada con manteca y jalea y comiendo cada bocado. / Cuando me levanté de la mesa, aquella noche, escuché a mamá disculpándose por haber quemado las tostadas. / Nunca olvidé d la respuesta de papá: -me encantó la tostada quemada- Mas tarde, cuando le fui a dar un beso de buenas noches a papá, le pregunté si realmente le había gustado aquella tostada. / El me tomó en sus brazos y me dijo: Compañero, tu madre tuvo un día de trabajo muy pesado y estaba realmente cansada... Además de eso, una tostada quemada no le hace mal a nadie. / La vida está llena de imperfecciones y las personas tampoco somos perfectas. No soy el mejor marido, ni el mejor empleado o cocinero; tal vez ni siquiera el mejor padre, aunque intente serlo todos los días. / He aprendido a través de los años, que saber aceptar las fallas ajenas, intentando minimizar las diferencias entre unos y otros, es una de las llaves más importantes para crear relaciones saludables y duraderas. Desde que tu madre y yo nos unimos, aprendimos los dos a suplir uno las fallas del otro. Yo se cocinar muy poco, pero aprendí a dejar la olla de aluminio reluciente. Ella no sabe usar la perforadora, pero después de mis arreglos, ella hace que todo quede limpio y perfumado. Yo no se cocinar una lasaña como ella, pero ella no sabe asar una carne como yo lo hago. Nunca supe hacerte dormir, pero conmigo tu te bañas rápidamente y sin protestar. / La suma de nosotros crea el mundo que te recibió y te apoya; ella y yo nos complementamos. Nuestra familia debe aprovechar este, nuestro universo, mientras estemos los dos presentes. No es verdad que mas tarde, el día que uno de los dos parta, este mundo se vaya a desmoronar. De ninguna manera; nuevamente tendremos que aprender a adaptarnos para hacer lo mejor. / De hecho, podríamos extender esta lección para cualquier tipo de relacionamiento, entre marido y mujer, entre padre e hijos, entre hermanos; entre colegas, con amigos y también en el ambiente laboral. Entonces hijo: esfuérzate para ser siempre tolerante, principalmente con quien dedica su precioso tiempo de vida a ti y al prójimo / Muchas personas se olvidarán de lo que le hagas o digas. Pero nunca del modo como las hiciste sentir.
¡Gracias Gustavo Lugo!
Juan José de la Fuente
“La tolerancia”
Hace cuatro años, en ésta misma propuesta radial les decía que: ¡Quiero la tolerancia! Y en la Argentina de hoy ¡como nunca antes! es imperativo lograrla. Volviendo sobre mis palabras resulta importante destacar que: < una de las características más negativas de nuestra torpe humanidad, en sus relaciones geopolíticas, sociales e ínter- personales es la intolerancia. La cual en mayor o menor medida la ejercemos todos. De joven era muy intolerante, principalmente con mis defectos pero, también con los ajenos. Con el paso de los años y la búsqueda del enriquecimiento interior, logré ser más tolerante si estoy atento pues, señora, señor, a cualquiera de nosotros (en más de una circunstancia) se nos “desboca el flete”; y al recuperar el trote nos damos cuenta que pudimos evitarlo. Por eso, en el afán de construir una sociedad mejor, deber inexcusable de los hombres buenos…> los invito a compartir un cuento con moraleja, que me enviara un afectuoso seguidor de nuestro espacio, y que comienza así:
Cuando era niño, ocasionalmente mi madre como cena nos daba café con leche con muchos agregados. / Recuerdo especialmente una noche: cuando ella nos sirvió café con leche, después de un día de trabajo muy arduo. / Esa noche, mi madre le puso unos platos con huevos revueltos, fiambres y tostadas bastantes quemadas frente a mi padre. / Recuerdo haber esperado un poco, para ver si papá notaba esto último. / Todo lo que mi padre hizo, fue tomar su tostada, sonreír a mi madre y preguntarme como había sido mi día en la escuela. / No recuerdo lo que le respondí, pero sí, haberlo mirando untando la tostada con manteca y jalea y comiendo cada bocado. / Cuando me levanté de la mesa, aquella noche, escuché a mamá disculpándose por haber quemado las tostadas. / Nunca olvidé d la respuesta de papá: -me encantó la tostada quemada- Mas tarde, cuando le fui a dar un beso de buenas noches a papá, le pregunté si realmente le había gustado aquella tostada. / El me tomó en sus brazos y me dijo: Compañero, tu madre tuvo un día de trabajo muy pesado y estaba realmente cansada... Además de eso, una tostada quemada no le hace mal a nadie. / La vida está llena de imperfecciones y las personas tampoco somos perfectas. No soy el mejor marido, ni el mejor empleado o cocinero; tal vez ni siquiera el mejor padre, aunque intente serlo todos los días. / He aprendido a través de los años, que saber aceptar las fallas ajenas, intentando minimizar las diferencias entre unos y otros, es una de las llaves más importantes para crear relaciones saludables y duraderas. Desde que tu madre y yo nos unimos, aprendimos los dos a suplir uno las fallas del otro. Yo se cocinar muy poco, pero aprendí a dejar la olla de aluminio reluciente. Ella no sabe usar la perforadora, pero después de mis arreglos, ella hace que todo quede limpio y perfumado. Yo no se cocinar una lasaña como ella, pero ella no sabe asar una carne como yo lo hago. Nunca supe hacerte dormir, pero conmigo tu te bañas rápidamente y sin protestar. / La suma de nosotros crea el mundo que te recibió y te apoya; ella y yo nos complementamos. Nuestra familia debe aprovechar este, nuestro universo, mientras estemos los dos presentes. No es verdad que mas tarde, el día que uno de los dos parta, este mundo se vaya a desmoronar. De ninguna manera; nuevamente tendremos que aprender a adaptarnos para hacer lo mejor. / De hecho, podríamos extender esta lección para cualquier tipo de relacionamiento, entre marido y mujer, entre padre e hijos, entre hermanos; entre colegas, con amigos y también en el ambiente laboral. Entonces hijo: esfuérzate para ser siempre tolerante, principalmente con quien dedica su precioso tiempo de vida a ti y al prójimo / Muchas personas se olvidarán de lo que le hagas o digas. Pero nunca del modo como las hiciste sentir.
¡Gracias Gustavo Lugo!
Juan José de la Fuente
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