NUESTRO BABEL

NUESTRO BABEL

Ayer tarde mientras prolija y lentamente: desarmabas esa torre de babel, en que se había convertido tu mesita de noche me preguntaste (con dulzura) -¿sobre que vas hablar mañana en radio? – Y te contesté contrariado: - tendría que hablar de lo que no quiero hablar… no sé… voy a escribir (o a rescatar) algo bello.- Atenta a mi galimatías y como perdonándome; la madres siempre perdonan las travesuras de sus hijos (aún literarias), aprobaste mi fuga hacia delante y hacia el interior, de mi pluma y de mi espíritu…Salir de tu casa fue como reingresar de golpe al mundo, y a este juego enloquecido y absurdo de lo cotidiano. Entrada la noche regresé a mi hogar con el firme propósito de acostarme temprano para, en la madrugada: sorprender a los duendes de la creación los cuales, fatigados ya, de entretejer sueños para el común de los mortales durmientes, me cedieran algunos hilos sedosos para suavizar la trama de ésta elaboración de jueves.
No quise mirar el almanaque, evitando que algún “día especial” exigiese mi atención. Tampoco recogí el diario que seguramente me esperaba para sublevar mi espíritu con algún titular brutal y des – humanizado. Recorrí sí, mentalmente, el camino interior de las ternuras recibidas y prodigadas a lo largo de las últimas semanas, en la certeza de que allí encontraría el meollo y la substancia de la reflexión cálida a compartir. Pues tú sabes querida amiga, tú también camarada: que en el fondo del alma están las claves para una sociedad mejor. Allí se atesoran las bellas palabras, las que nos cuesta decir… en suma: las mejores notas del ser humano bueno, que pugnan contra la bestia agazapada. Dentro nuestro anida también la sabiduría, contrapuesta a la fugaz y atroz acumulación de informaciones en el “disco rígido” que es el cerebro; el cual es programable, dirigible y engañosamente incierto en sus resultados, cuando su configuración no surge de la bella matriz interior, que es el alma. No es casual que a lo largo de los siglos los hombres repitieran aquello de que: . Por eso: si rescatamos al niño perdido que llevamos dentro y le permitimos asombrarse con el reverso inmaculado de la vida (por donde transita la bella locura), descubriendo en aquella, la poesía que existe en cada amanecer; aunque no seamos capaces de escribirla podremos sentir sí, que nos embriaga. Entonces, nuestra vida alcanzará su real sentido y plenitud. ¡Esa que no se compra en ningún híper – mercado! Plenitud que no deviene de una sucesión multicolor de luces y sonidos atrofiantes; sino de la cálida luz del sol. ¡Plenitud que no nos otorga el poder sobre lo otros!; sino la sencilla aceptación de que somos fugaces pasajeros en una tierra prestada. En la piadosa convicción de que somos simples y maravillosas almas, revestidas malamente por una mortal encarnadura, que del barro viene y hacia el vuelve, finalizado el ciclo terrenal. Asumiendo además, que no estamos solos y que no somos únicos ni mejores. Que nos necesitamos unos a otros para complementarnos y crecer juntos; repitiendo como el poeta: loco y niño a la vez, aquellos versos que aún pueden revolucionarnos internamente, liberándonos del cautiverio de las cosas, de todo lo material que nos impida sentir que…

Ya somos madrugada que no espera.
Somos: el aroma carnal de primavera.
Somos perfil, somos gesto, trascendencia;
algo más que figura, casi esencia…
¡Y el grito de la vida lo confirma!
¡Porque somos hijos de la luna nueva!


Juan José de la Fuente

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